ARTURO NÚÑEZ PASTÉN: EL BIÓLOGO, EL
AMIGO…EL AMIGAZO
Gildardo Izaguirre y Fierro
“Vamos a hablar
del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias”.
Jaime Sabines
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias”.
Jaime Sabines
La muerte le llegó disfrazada de cansancio.
“Me siento cansado”, dijo y se fue a dormir y ya no regresó o más bien, entró a
lo que los filósofos llaman “el eterno retorno”. Tenía dos años combatiendo a
las huestes del “Varón de la próstata”, como le dice Sabines al mortal cáncer. Lo
vencieron entrando el año 2014, el tres de enero, murió Arturo, el biólogo, el
amigo, el amigazo.
“Todo es cuestión de actitud”, le aseguraron
sus colegas Biólogos. A sabiendas que las retozantes mitosis cancerígenas son
un rotundo hecho biológico; pero lo asumió tal cual y levantó la cabeza como
gallo de palenque en feria y no bajo la guardia: siguió trabajando en su
laboratorio, asesorando y revisando tesis. La última fue una de mi escuela, justo
el 9 de diciembre del agonizante 2013, versaba sobre la reproducción del
camarón marsupial, un feo crustáceo de escasos 3 cm.
Lo vi de lejos, se miraba ajado, el cuerpo
erosionado por las terribles “quimios”, pero con el ánimo arriba, sin tirar lo toalla,
arrancando a “esta vida amarreta un ramo
de sueños”, donde “hasta los más mancos la siguen remando”, como cantan los Caballeros
de la Quema. Me dieron ganas de abrazarlo y decirle: “Avanti Núñez Pastén,
jódete al Varón de la próstata, al duque del vaso… porque yo sigo”.
Lo conocí a fines de los 80, en lo que era la
Estación Mazatlán del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, de la UNAM, un
enclave de científicos del mar (lo de limnología es puro rollo, nadie de ahí
estudia las presas, ríos y arroyos). Era un biólogo satisfecho, contento de su
oficio, excelente Biólogo de campo; jamás le escuché fermentar envidias o celos
para con sus colegas; pero eso sí, de sus bromas y dichos no se libraban. “Era
uno de los biólogos más divertidos del mundo”, Me comenta una sus alumnas.
Lo recuerdo vestido como astronauta cuando
salía al trabajo de campo en las lagunas y esteros de la comarca, era su equipo de protección contra las nubes de
mosquitos y jejenes que atacan con ferocidad a todo bicho de sangre caliente
que invade su hábitat; también participaba en los cruceros oceanográficos que
organizaba la Dra. María Elena Caso, la legendaria bióloga de los erizos y las
estrellas del mar, por quien profesaba un profundo respeto y cariño, pero de
todos modos no se escapaba de sus dardos humorísticos: “después de tres días de
navegar en el mar, era la mujer más hermosa del océano”. Decía, mientras
parpadeaba intermitente.
Toda su vida profesional la dedicó al estudio
del plancton, ese maná maravilloso que sostiene la vida marina; publicó como
autor y en coautoría 21 trabajos científicos en los cuales trataba vida y obra de dinoflagelados, copépodos, larvas
de camarón; pero también colaboró en estudios de los manglares, reproducción y
crecimiento del camarón, langostas y quemadores de la bahía de Mazatlán.
En el libro “Atlas de la Biodiversidad de Sinaloa”, que
editó el Biólogo Juan Luis Cifuentes, se publicó el trabajo de su autoría “Biodiversidad
e importancia de los Copépodos en Sinaloa”. Arturo fue además uno de los
profesores fundadores de la hoy Facultad de Ciencias del Mar de la UAS,
impartió como maestro de asignatura los cursos de Zoología y Plancton, y lo hizo hasta el
momento de su jubilación, en 2007, con una carga horaria de 13 horas base. La
mayoría de los profesores de esta Facultad fueron sus alumnos y algo le deben
por su formación.
Al parecer morir es fácil, Arturo dijo
estar cansado; Goethe renegó porque alguien
le apagó la luz; Pessoa (el enorme poeta portugués) pidió sus lentes, y luego
se murieron. Así de fácil y ya lo dijo Montaigne: “a morir a nadie se enseña,
de eso se encarga la naturaleza; lo difícil es aprender a vivir”.
Arturo aprendió a vivir, con lo bueno y
lo malo de la vida, con lo alegre y lo triste, con lo agradable y lo desagradable;
tuvo amigos con los cuales compartió el gozo de la convivencia y supo conjugar
las tres sabidurías básicas: las del esfuerzo, el placer y el amor.
Vaya este sencillo homenaje al Biólogo,
al Maestro, al amigo; también vaya nuestro duelo a su familia, a sus amigos.
Descanse en paz.
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