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5 de junio de 2010

EL TESORO ESCONDIDO EN EL MAR

Ramón Peraza Vizcarra

Hace aproximadamente dos años, el gobierno federal lanzó un spot en el que se promovía la necesidad de que Pemex incursionara en la explotación de pozos en aguas profundas, donde, decían, están las mayores oportunidades de encontrar crudo en los próximos años. Con una duración de 4 minutos con 54 segundos, el audiovisual indicaba que Pemex cuenta con experiencia en yacimientos ubicados en tierra y mar cerca de la costa, pero el mayor potencial esta a profundidades cercanas a los 3000 metros en aguas del Golfo de México: “llegar hasta nuestro petróleo en aguas profundas nos permitirá vivir mejor, más petróleo para tener más hospitales y medicinas, más empleos, más y mejores carreteras, más escuelas y prosperidad para todos. México tiene un gran tesoro, un tesoro escondido debajo del mar. El petróleo es nuestro tesoro y es una riqueza inmensa que pertenece a todos los mexicanos de hoy y mañana. Ahí está nuestro tesoro y debemos ir por él. No podemos ni debemos quedar fuera de esta oportunidad histórica; debemos fortalecer a Pemex para que pueda contratar la mejor tecnología”, destacaba el mensaje que se repitió durante varias semanas en las dos grandes cadenas televisivas a nivel nacional. El spot no decía que esas reservas solo eran recursos prospectivos, es decir petróleo no descubierto. Para que una acumulación de hidrocarburos pueda ser considerada “reserva” debe haber sido descubierta y su explotación comercial evaluada positivamente. Otro punto del que no se hablaba en el spot era que la tecnología disponible en el mercado internacional para perforar y operar plataformas de extracción de crudo a gran profundidad es relativamente incipiente, muy cara y de gran fragilidad en materia de seguridad. La posibilidad de un accidente que ocasione un desastre ambiental por el derrame de petróleo siempre está latente y la dificultad de repararlo es inmensa debido a las profundidades enormes de la capa de agua y al gran dinamismo del ambiente oceánico. El martes 20 de abril, pasó lo que tenía grandes posibilidades de suceder: explotó una plataforma de perforación petrolera que operaba a una profundidad de 1524 metros en aguas del Golfo de México, en la Zona Exclusiva Norteamericana a 80 kilómetros frente a las costas de Louisiana. La plataforma que explotó denominada Deepwater Horizon, fue construida en los astilleros de Hyundai en Ulsan, Corea en 2001. Esta estructura flotante utilizaba la tecnología más avanzada en materia de perforaciones ultra-profundas. En la explosión murieron nueve obreros y dos ingenieros, y resultaron heridos decenas de trabajadores. El pozo sin control arroja diariamente al mar más de 10 millones de litros de petróleo, por lo que a mes y medio del accidente se han derramado más 450 millones de litros, convirtiéndose en la mayor catástrofe ambiental en el Golfo de México y probablemente del océano mundial. Hasta la fecha se ignora cuántos millones de litros más se seguirán derramando y la magnitud de los daños que está ocasionando y causará el petróleo a los ecosistemas oceánicos y costeros. Como es clásico en una economía de libre mercado, la responsabilidad del daño ambiental se diluye entre las compañías transnacionales que operan la explotación del recurso natural y el gobierno en turno. Veamos: la compañía British Petroleum (BP) le alquiló la plataforma Deepwater Horizon a la compañía Transoceans para hacer los trabajos de perforación. BP realizó el pozo y contrató a la compañía Halliburton para sellar la base del pozo, trabajo que se terminó 20 horas antes de que estallara la plataforma. BP le echa la culpa a Transocean de que no funcionó el mecanismo de la plataforma para impedir la explosión; esta compañía, fabricante de la plataforma, dice que lo ocurrido no es su culpa, pues todos los proyectos de extraer petróleo en el mar son responsabilidad de quien los explota. La Halliburton, compañía que selló el pozo, dice que la British no dejó que el sellado secara. Los sistemas de seguridad contra explosiones estaban a cargo de la compañía Cameron Internacional.
El epilogo de esta tragicomedia de corrupción y negligencia ambiental es fácil de pronosticar: los costos reales del desastre no los pagará ninguna de las compañías implicadas, ni todas juntas. Los impulsores del sistema neoliberal visualizan al medio ambiente como una mercancía cuyo valor está sujeto a la ley de la oferta y la demanda, sin considerar en sus valoraciones que la conservación ambiental es vital para la supervivencia de la especie humana. Esperemos que esta catástrofe sirva de lección a nuestro aventurero Presidente y asesores para que apliquen el sentido común.

La mancha del tesorito


El petróleo en aguas profundas de la Zona Exclusiva Mexicana no se va ir. ¿Porqué ir a lo más difícil, lo más caro, lo más arriesgado, cuando aún se tienen grandes oportunidades de extracción del crudo en zonas de fácil acceso?



Un pato en chapopote

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