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3 de septiembre de 2010

EL TIRADOR GIGANTE DE CEUTA

Fernando Enciso Saracho
A Horacio Olmeda, con
quién Conviví Innumerables
aventuras Ceutianas.

Una de las tantas historias increíblemente verídicas que se cuenta sucedió en el campamento tortuguero Playa Ceuta de la FACIMAR, es la del “Tirador Gigante”. Cuenta “El Mano” que, andando con el Horacio Olmeda por la nocturna playa para rescatar los nidos de golfina y salvarlos de los colmillos de los coyotes de dos y de cuatro patas, se encontraron con el cadáver de un enorme árbol horqueteado. Hacía de cuenta, un ogro de los cuentos infantiles, tirado en la playa con las patas abiertas. La chispa del ingenio para encontrarle uso a esa cosa de madera extraordinariamente grande, estalló en ambos, pues dos cabezas piensan más que una, ocurriéndoseles fabricar una macroresortera.

Fueron al campamento por la brigada, y, como los 7 enanitos de Blanca Nieves, cargaron con la descomunal horqueta, ya cortada con un hacha para aminorar el peso, pues nunca hubieran podido cargar el cadáver vegetal completo.
Ya en los médanos del campamento, en los límites de división ecológica entre las dunas y la playa, enterraron el troncón de la magna pieza, con la horqueta imponente por encima de las dunas. Al siguiente día, Horacio y Mano enfilaron hacia el poblado de La Cruz con la intención en mente de conseguir los implementos faltantes del fabuloso proyecto.
En la primera llantera de la entrada norte del pueblo, procuraron las estirantes ligas principales, para lo cual, el señor Vázquez, dueño de la llantera, les regaló lo idóneo: dos enormes tubos de llanta de tractor versátil, especiales para lo proyectado. La segunda estación fue la casa de la familia Favela, donde don Panchón, al verlos llegar con aquellas increíbles cámaras de neumático, con un dejo de incredulidad, pero ya acostumbrado a las ocurrencias de los biólogos del campamento, todo unos Ciros Peralocas, les recomendó acudir a la talabartería de Doña Victoria, donde sin duda encontrarían la hondilla gigantesca faltante.
Ante la presencia de la viuda del talabartero y exponerle el proyecto, sacó de debajo del mostrador un gran trozo de cuero curtido, mismo que reunía las características necesarias y en un gesto de apoyo les hizo una rebaja en el costo. Abandonaron la talabartería imbuidos en un halo de tristeza, causado por la terrible historia de la muerte del marido de Doña Victoria, al ser arrollado espantosamente por el ferrocarril en pleno puente sobre el Río Elota, en un valeroso intento, milagrosamente logrado, por salvar a su hijo.
Ya en la playa, con todos los implementos: horqueta, ligas estirantes, hondilla y ligas amarradoras, se dieron a la tarea de fabricar aquella arma, muy tradicional y peligrosa en México, solo que en grado superlativo. El éxito de aquella idea fue tan tremendo como su tamaño.
“En todo el mundo –dijo el Mano- quizás no exista algo así, incluso, me atrevo a decirlo, en todo el universo”. Aquel tirador era capaz de aventar rocas y hasta proyectiles humanos. Un uso fundamental, apoyador de las labores de conservación, fue que con el tirador se liberaban, metidas en cocos vacíos, las crías débiles que al ser soltadas directamente en la playa, no alcanzaban a traspasar el rompiente de las olas y el mar las regresaba. Con el tirador se lanzaban más allá del impetuoso oleaje, de tal forma que al caer el coco en el agua, después de volar un largo tramo por el aire, las crías salían sin ningún problema, adentrándose en el mar, incluso ya improntadas.
Toda la temporada fue el atractivo turístico de Ceuta. En oleadas llegaba la gente de La Cruz para ver al tirador y practicar la lanzadera. Entre cuatro o cinco personas tenían que jalar las ligas para poder estirarlas lo suficiente como para que el objeto lanzado llegara hasta las azules aguas del mar de Cortés. Se jugaban competencias para ver quien o quienes lograban rebasar la última aventada más lejana. La algarabía y el asombro por aquel instrumento, dejaba a la gente estupefacta, jamás se imaginaron ver o usar algo así. Estábamos orgullosos del invento, nos sentíamos los Leonardodavincis playeros.
Muchas crías débiles fueron liberadas de esa volátil manera. No era necesario tener muchos cocos vacíos, puesto que el mismo mar, los regresaba a la playa con sus olas. Los biólogos estaban seguros que muchas tortugas, ya adultas, volverían a la Playa de Ceuta, pero El Mano les metió una duda: “como entraron al mar vía aérea, quien nos dice que no regresen volando”. Y cuentan que en los últimos años lo han visto con unos binoculares, oteando el horizonte del cielo ceutiano.
En una ocasión que no estaba “El Mano”, llegó Carlos Estrada, su mejor amigo de la escuela Ciencias del Mar y sorprendido por el descomunal artefacto, quiso practicar los tiros cada vez más lejos y lo estiró tanto, tanto, tanto, que se rompió una liga y el chicotazo en el cachete fue tan atroz, como el tamaño de aquella pacífica arma. Después reclamó que no se le daba mantenimiento.
--“Mandamos una carta a Ripley-dice El Mano- para que vinieran a atestiguar aquel record, pero costaba mucho dinero traer a los jueces para Ceuta y por eso nuestro Tirador Gigante no está en los Guinness World Records”.

El Mano en plena acción
P.D.
En una visita que Ramón Morán hizo recientemente al campamento, acompañado de su esposa, le dijo.
--Ira Ceci, aquí una vez el Mano y mi compadre Horacio pusieron un tirador gigante y el Mano salía volando por los aires hasta caer al agua.
--No lo puedo creer.
Tercié yo, El Mano: “Claro, eso es verídico”.
--Por ahí tengo algunas fotos, las voy a buscar. Concluyó El Monky.
Y si, existe una foto donde voy volando por los aires, la tiene mi gran amigo de la infancia guasavense, Severino Peña Norzagaray, en uno de sus tantos álbumes fotográficos, como recuerdo de su viaje a Ceuta, Sinaloa en 1978.
Compañeros Maestros de la FACIMAR desde el campamento Playa Ceuta intentaré estarles enviando periódicamente, relatos increíbles como este, nomás para rescatarlos del olvido.

Al fondo el Campamento Ceuta, donde estuvo el Tirador más grande del Mundo

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